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súbitamente. El señor de C. se lamentó del suceso con las fórmulas más oficiales del mundo.

"Aunque estoy quejoso de él—dijo—, he reconocido y reconozco las excelentes cualidades de este príncipe, y no puedo por menos de deplorar su muerte." Pensaba, con razón, que la muerte de Pablo I era un suceso venturoso para Austria y para Europa; pero sus palabras sonaban a duelo de Corte e impacientaban a cualquiera. Es de esperar que con el tiempo el mundo se verá libre del artificio palaciego, insulso como ninguno, por no decir otra cosa.

La muerte de Pablo I (1) asustó mucho a Bonaparte, y dícese que al recibir la noticia se le escapó el primer "¡Ah!¡Dios mío!" que se haya oído salir de sus labios. No tenía, sin embargo, motivos para alarmarse, porque los franceses estaban entonces más dispuestos que los rusos a sufrir la tiranía.

El general Berthier me invitó a su casa cierto día en que el Primer Cónsul había de ir allí también; y como yo sabía que hablaba muy mal de mí, se me ocurrió que tal vez me diría algunas de las ordinarieces que le gustaba dirigir a menudo a las mujeres, incluso a las que le adulaban, y antes de ir a la fiesta escribí a todo evento las respuestas altivas e intencionadas que podría dar a las cosas que me dijese. No quise que me cogiera desprevenida si se atrevía a ofenderme, (1) Estrangulado en su alcoba la noche del 23 al 24 de marzo de 1801 por los principales personajes de su corte.

Disited