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CAPITULO VII

París en 1801.

La oposición en el Tribunado persistía; de los cien tribunos, unos veinte intentaban alzar la voz contra las múltiples medidas preparatorias de la tiranía. Una buena ocasión se les presentó do decía el Emperador, que la olgo, que la siento, quiero hulr de ella, y arrojo el libro. De esta obra tenía yo un recuerdo mejor que la impresión que ahora me produce Bu lectura. Acaso se debe a que antaño no hice más que ho jearla. Do todas maneras quiero acabarla; me parece recordar que el final no carecía de interés. No puedo perdonar a la señlora de Ståel que haya rebajado a los franceses en su novela. Ciertamente es una familia singular la de la señora de Stäel. Su padro, su madre y ella parece que están de hinojos en constante adoración mutua, ahumándose con un Incienso reciproco para la perfecta edificación y mixtificación del público." Delfina, do la señora de Stäel, ocupaba en estos momentos nuestras veladas. El Emperador analizaba esta obra y pocas cosas le parecían bien en ella. El desorden de entendimiento y de imaginación que allí reina era el cebo de au crítica; estos defectos, decía el Emperador, eran los mismos que en otro tlempo le habían alejado de la sefiora de Stäel, a pesar de las insinuaciones y de los piropos que olla. le dirigió.

"En tiempos pasados, la señora de Stäel empleó los mayorea esfuerzos y acumuló todos sus recursos cerca del general del ejército de Italia"—decía Napoleón—. Estando separados, le escribió sin conocerle, y le hostigó cuando estuvo presente. Afirmaba que era una monstruosidad la unión del genio con una criollita Insignificante, incapaz de apreciarle o de entenderle. Desgraciadamente, el general respondió a estas Insinuaciones con una indiferencia que las mujeres no perdonan nunca, y que, en efecto, es difícil de perdonar—añíadía Napoleón riendo—. A su llegada a Paris continuó el general del ejército de Italia so vió perseguido con igual empeño, pero por su parte sólo hubo la misma reserva y ol mismo silencio. La sefiora de Stäel, no obstante, resuelta a sacarle algunas palabras y a luchar con el vencedor de Italia, le abordó en la gran flesta que el señor de Talleyrand daba al general victorioso, La señora de Stäel le interpelő en medio de un gran corro preguntándole cuál era, a su pa ....