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" 41 con la ley que concedía al Gobierno la funesta facultad de crear tribunales extraordinarios para enjuiciar a los acusados de crimen de Estado; como si entregar un hombre a esos tribunales extraordinarios no fuese prejuzgar la cuestión, o sea la culpabilidad del acusado y la naturaleza de su delito, y como si los delitos políticos no exigieran la mayor suma de garantías y de independencia recer, la primera mujer del mundo, muerta o viva. "La que haya tenido más hijos"—respondió Napoleón con mucha sencillez—. La señora de Stäel, un poco deaconcertada al principlo, trató de reponerse haciéndole observar que tenía fama de querer poco a las mujeres. "Dispensadme, seflora —repuso Napoleón—, quiero mucho a la mía." "El general del ejército de Italia hubiera podido, sin duda, colmar el entuslasmo de la Corina de Ginebra—decía el Emperador; pero temió aus Infidelidades políticas y su intemperante deseo de celebridad; quizás se equivocó. De todos modos, la heroína le había perseguido tanto y la repu)sa había aldo tan clara, que no podía dejar de convertirse en una calurosa enemiga. Primeramente suscitó a Benjamin Constant, que no entró muy lealmente por esta senda"—hacía observar el Emperador—. "Cuando se formó el Tribunado, Constant empleó vivisimas solicitudes cerca del Primer Cónsul para ser nombrado tribuno. A las once de la noche, aún puplicaba con todas sus fuerzas; a media noche, concedido el favor, se ergufa ya, hasta insultarme, La prlmera reunión de los tribunos le dló muy buena ocasión para sus Invectivas. Por la noche, gran fiesta en casa de la señora de Stäel, que coronó a su Benjamín, en medio de un brillante concurso, proclamándolo un segundo Mirabeau.

A esta farsa, que era simplemente ridícula, sucedieron planes más peligrosos. Con ocasión del Concordato, contra que la señora de Stäel estaba furlosa, juntó contra mí a los aristócratas y a los republicanos. "Ya no os queda más que uma ocasión lea gritaba—; mañana, el tirano tendrá cuarenta mil curas a su servicio." "La señora de Stäel agotá, al fin, mi paclencla—decía Napoleón, y fué desterrada. Su padre me había ya desagradado muy vivamente cuando la campañia de Marengo. A mi paso por Suiza, mostró deseos de verle, y me encontré con tosco regente de colegio, muy hinchado. Poco tiempo después, y con la esperanza, sin duda, de reaparecer con in ayuda en la escena del mundo, publicó un folleto en el que probaba que Francia no podía ser republicana ni mo-