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brán lanzado sobre el público los escritores bonapartistas desde hace diez años? En Inglaterra o en América, un rústico se reiría de un sofisma de esa especie; en Francia, lo que se quiere es disponer de una frase hecha con la que se pueda dar al interés personal la apariencia de la convicción.

Muy pocos hombres estaban libres del deseo de ocupar destinos públicos; muchos estaban arruinados, y el interés de sus mujeres o de sus hijos, o de sus sobrinos si no tenían hijos, o de sus primos si no tenían sobrinos, obligábalos, según decían, a pedir un empleo al Gobierno. La gran fuerza de los jefes de Estado en Francia consiste en la prodigiosa afición que hay a los empleos, más buscados aún por vanidad que por lucro.

Cada empleo, desde el más alto al más bajo, tenía millares de aspirantes, y las peticiones iban a manos de Bonaparte. Si no hubiese tenido por naturaleza un profundo desprecio de la especie humana, lo hubiera adquirido al recorrer las solicitudes firmadas por apellidos de ilustre abolengo, o célebres por hechos revolucionarios opuestos a las nuevas funciones que ambicionaban.

El invierno de 1801, en París, fué muy gustoso para mí por la facilidad con que Fouché me concedió las diversas autorizaciones de repatriación de emigrados que le pedí; a pesar de hallarme en desgracia, Fouché me proporcionó así el placer de ser útil a los demás, y le estoy muy agradecida por ello. Siempre hay algo de coquetería en cuanto hacen las mujeres, es preciso confesarlo, y la