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como la de las diversiones públicas cuando el alma no quiere participar en ellas. ¡Cómo no sentir desprecio por el pueblo pazguato que festeja su propio yugo! Aquellas torpes víctimas, que bailaban ante el palacio de su sacrificador; el Primer Cónsul, llamado padre de la nación que iba a devorar; la mezcla de la tontería de unos y de la astucia de otros, y la insípida hipocresía de los cortesanos, que echaban un velo sobre la arrogancia de su amo, me inspiraban una repulsión invencible. Fuerza era dominarse y soportar el re gocijo oficial que animaba aquellas solemnidades inevitables en tales momentos.

Bonaparte proclamaba entonces que el mundo necesitaba con urgencia la paz; todos los días firmaba algún nuevo Tratado, con un celo bastante parecido al de Polifemo cuando contaba los carneros al meterlos en su caverna. Los Estados Unidos de América también ajustaron paces con Francia, y enviaron de plenipotenciario a un hombre que no sabía palabra de francés, ignorando, por lo visto, que ni el más cabal conocimiento del idioma bastaba apenas para descubrir la verdad de las intenciones de un Gobierno maestro en ocultarla. El Primer Cónsul, en la ceremonia de la presentación de mister Livingston, le felicitó, valiéndose del intérprete, por la pureza de las costumbres de América, y añadió: "El mundo antiguo está muy corrompido"; después, volviéndose hacia el señor de X, le repitió dos veces: "Explicadle lo muy corrompido que está el viejo continente; vos