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farsa del desembarco en Inglaterra: se encargó por toda Francia la construcción de barcos chatos, y se construyeron, en efecto, en los bosques, para transportarlos por las carreteras. Los franceses, que tienen en todas las cosas una gran fuerza de imitación, labraban tablas y más tablas, y hacían frases y frases: los unos, en Picardía, alzaban un arco de triunfo con este rótulo: Camino de Londres; otros enviaban esta misiva: "A Bonaparte el Grande: os rogamos que nos admitáis en el barco que os conduzca a Inglaterra, para cumplir los destinos y la venganza del pueblo francés." El barco que debía tripular Bonaparte ha tenido tiempo de pudrirse en el puerto. Otros ponían como divisa de sus banderas en la rada:

Un buen viento y treinta horas. En fin, toda Francia repetía las fanfarronadas que Bonaparte maneja como nadie.

Hacia el otoño creí que Bonaparte se había olvidado de mí; me escribían desde París diciéndome que estaba enteramente absorto por su expe dición contra Inglaterra, que tenía el propósito de ir a la costa y de embarcarse para dirigir personalmente la operación. No creía yo gran cosa en ese proyecto; pero me lisonjeaba la esperanza de que llegase a permitirme vivir a unas cuantas leguas de París, sin otras relaciones que las del corto número de amigos que fuesen a visitar a tal distancia a una persona malquista del Gobierno. Pensaba yo además que, siendo muy conocida en Europa, el Primer Cónsul tendría in w