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duda de mi suerte. Preguntó por mí y le recibí en el jardín. Al acercarme a él, admiraba yo el aroma de las flores y la hermosura del cielo. ¡Qué sensaciones tan distintas debemos a la sociedad y a la naturaleza! El recién llegado me dijo que era el comandante de la gendarmería de Versalles; pero que tenía orden de venir sin uniforme para no asustarme; me enseñó una carta firmada por Bonaparte, con la orden de llevarme a cuarenta leguas de París, y la conminación de emprender el viaje dentro de veinticuatro horas; pero tratándome con los miramientos debidos a una mujer de renombre. Bonaparte sostenía que yo era extranjera, y que, como tal, estaba sometida a la Policía; este escrúpulo por la libertad individual duró muy poco; muy pronto otros franceses y francesas fueron desterrados sin forma alguna procesal. Respondí al oficial de gendarmería que ponerse en camino a las veinticuatro horas sería bueno para los quintos, pero no para una mujer — y unos niños; por tanto, le propuse que me acompañase a París, donde tenía que pasar tres días para preparar el viaje. Subí a mi coche con mis hijos y el oficial, escogido para el caso por ser un . gendarme muy literario. En efecto, me habló con elogio de mis libros. "Ya veis, señor—le dije, a lo que conduce esa vocación; bien haréis en prohibírsela a las personas de vuestra familia si se os presenta el caso." Trataba yo de crecerme apelando a mi altivez; pero sentía en mi corazón la garra del tirano.

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