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como en el cuento de Barba Azul, a instarme para que partiese al siguiente día, y siempre tenía yo la debilidad de pedirle un nuevo aplazamiento.

Mis amigos íban a comer conmigo, y a veces, como para apurar la copa de la tristeza, parecíamos alegres, a fin de ser unos para otros al separarnos por tanto tiempo, tan amables como fuese posible. Decíanme que el hombre que a diario venía & intimarme la marcha les recordaba los tiempos del Terror, cuando los gendarmes iban en busca de víctimas.

No faltará quien se asombre al ver que comparo el destierro a la muerte; pero hombres muy grandes de la antigüedad y de los tiempos modernos han sucumbido bajo tal pena. Son más valientes ante el cadalso que ante la expatriación.

En todos los códigos, el destierro perpetuo es una pena severísima, y el capricho de un hombre impone en Francia, como por juego, el castigo que los jueces concienzudos imponen con pesar a los criminales. Por circunstancias muy especiales contaba yo con un asilo y con medios de fortuna en Suiza, patria de mis mayores; desde este punto de vista, merecía yo menos lástima que otros, y, sin embargo, pasé crueles sufrimientos. Creo, pues, que haré una obra útil al mundo señalando las razones por las que no debe dejarse nunca a los soberanos la potestad de desterrar arbitrariamente. Ningún diputado ni escritor expresará con libertad sú pensamiento si puede ser desterrado cuando su franqueza desagrade; nadie hablará con