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CAPITULO XII

77 Partida para Alemania.—Llegada a Weimar, Vacilaba yo acerca del partido que me convenía tomar al marcharme. Volvería a casa de mi padre o me iría a Alemania? Mi padre hubiese acogido a su pobre pájaro, batido por la tormenta, con bondad inefable; pero me contrariaba volver, expulsada, a un país que ya me acusaban de encontrar un poco monótono. Tenía también deseos de desquitarme del ultraje que me hacía el Primer Cónsul con la recepción que me prometían en Alemania, y quise oponer la benévola acogida de las antiguas dinastías a la impertinencia de la que se preparaba a subyugar a Francia. Por desgracia mía, este sentimiento de amor propio pudo más que nada; si hubiese ido a Ginebra, aún habría vuelto a ver a mi padre.

Rogué a José que se enterase de si podía irme a Prusia, no fuese a resultar que el embajador de Francia híciese alguna reclamación por mi causa, considerándome francesa, mientras que en Francia me proscribían por extranjera. José partió para Saint—Cloud. Tuve que esperar la respuesta en una posada, a dos leguas de París, no atreviêndome a volver a mi casa de la capital.

Pasó un día entero sin que llegase la respuesta.

Para no llamar la atención permaneciendo demasiado tiempo en aquella posada, fuí, dando la vuelta a los muros de París, a buscar otra, tam-