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lores de sus amigos, ni los ha socorrido con tanta presteza, ni ha sido tan prudente en la elección de los medios, ni tan admirable en todo, en fin. Digo esto por desahogar mi corazón, porque ahora, ¡qué le importa ni la misma voz de la posteridad!

Llegué a Weimar y me reanimé al descubrir, a través de las dificultades del idioma, inmensas riquezas intelectuales fuera de Francia. Aprendí a leer el alemán, escuché a Goethe y Wieland, que, por fortuna, hablaban muy bien francés. Comprendí el alma y el genio de Schiller, a pesar de su dificultad para expresarse en una lengua extranjera. La amistad del duque y de la duquesa de Weimar me agradaba mucho, y allí pasé tres me ses, durante los cuales el estudio de la literatura alemana dió a mi espíritu el pasto que necesita para no devorarse a sí mismo.

CAPITULO XIII

Berlín. El príncipe Luis Fernando.

Salí para Berlín, y allí conocí a la encantadora reina, a quien el destino reservaba tantas desgracias. El rey me acogió con bondad, y puedo decir que durante las seis semanas que permanecí en aquella ciudad a nadie oí que no alabase la justicia del Gobierno. No es que yo crea deseable siempre para un país la posesión de formas contitucionales que le aseguren, merced a la coope