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ración constante de la nación, aquellas mismas ventajas que se derivan de las virtudes de un buen rey. Bajo el reinado de su soberano actual, Prusia poseía, sin duda, la mayor parte de esas ventajas; pero aún no existía el espíritu público, suscitado allí después por el infortunio; el régimen militar impedía que la opinión adquiriese fuerza, y la falta de una Constitución, dentro de la que cada individuo pudiese darse a conocer según su mérito, dejó al Estado desprovisto de hombres de talento capaces de defenderlo. El favor de un rey, necesariamente arbitrario, no basta para despertar la emulación; circunstancias puramente relativas a las interioridades de la corte pueden apartar a un hombre de mérito del timón del Estado, o colocar en él a un hombre mediocre. La rutina domina también singularmente en los países donde el Poder real no tiene contradictores; el mismo sentimiento de justicia que pueda tener el rey, le lleva a conservar a todos en sus puestos, para establecer así una barrera a su propio poder; casi no había ejemplo en Prusia de que un hombre hubiese perdido sus empleos civiles o militares por razón de incapacidad. ¡Cuán grande no sería, pues, la superioridad del ejército francés, compuesto casi todo de hombres nacidos de la Revolución, como los soldados de Cadmo de los dientes del dragón! ¡Y cuán grande no sería su superioridad sobre los comandantes de las plazas y de los ejércitos prusianos para quienes todo lo nuevo era desconociDIEZ AÑ08 » sy 6