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do! Un rey concienzudo que no tiene la dicha—y de propósito empleo esta expresión, la dicha de poseer un parlamento, como en Inglaterra, de todo hace costumbre, por miedo de usar demasiado de su propia voluntad; pero en los tiempos actuales hay que desdeñar los usos antiguos, y buscar por todas partes la fuerza de carácter y la superioridad del entendimiento. Sea como quiera, Berlín era uno de los países más venturosos de la tierra, y de los más ilustrados.

Los escritores del siglo xvIII hacían, sin duda, un gran bien a Europa por el espíritu de moderación y por la afición a las letras que sus obras inspiraban a la mayor parte de los soberanos; con todo, el aprecio en que los amigos de las luces tenían al espíritu francés, ha sido una de las causas de los errores que por tanto tiempo han perdido a Alemania. Muchas gentes veían en los ejércitos franceses los propagandistas de las ideas de Montesquieu, de Rousseau o de Voltaire, cuando, si quedaba huella de las opiniones de esos grandes hombres en los agentes del poder de Bonaparte, era para emanciparse de lo que ellos llamaban prejuicios, y no para establecer un solo principio regenerador. Pero había en Berlín y en el Norte de Alemania, en la primavera de 1804, muchos antiguos partidarios de la Revolución francesa que no se habían aún enterado de que Bonaparte era un enemigo mucho más encarnizado de los principios fundamentales de esta revolución que la antigua aristocracia europea.