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ral. Pero extinguida esta generosa llamarada, e!

despotismo se afirmó mucho más, por la inutilidad de las tentativas de resistencia. El Primer Cónsul estuvo unos cuantos días bastante intranquilo por el estado de los ánimos. El mismo Fouché censuraba el hecho; había pronunciado esta frase, tan característica del régimen actual: "Eso es peor que un crimen; les una pifia!" Muchos pensamientos se encierran en esta frase; por fortuna, podemos volverla del revés para afirmar con entera verdad que la mayor piñia de todas es el crimen. Bonaparte preguntó a un senador, hom bre honrado: "¿Qué se dice de la muerte del duque de Enghien? —General—le respondió—, todos la deploran mucho. No me extraña—replicó Bonaparte; una familia que ha reinado tanto tiempo en un país, siempre despierta interés." Con esto pretendía ligar a sus intereses de partido el sentimiento más natural que puede experimentar el corazón humano. Otra vez hizo la misma pregunta a un tribuno, quien, movido por el afán de agradarle, respondió: "Pues bien, general; si nuestros enemigos adoptan contra nosotros medidas atroces, tenemos razón para hacer otro tanto"; no se daba cuenta de que calificaba la medida de atroz. El Primer Cónsul aparentaba considerar este acto como inspirado por la razón de Estado. Un día, por esta época, discutía con un hombre de letras acerca de las obras de CorneiHe. "Ya veis—le dijo—, la salvación pública, o por mejor decir, la razón de Estado, ocupa entre oogle