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Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/149

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momento más favorable para mí, como no tardé en comprenderlo. Mi despacho estaba lleno de gente, cuando un ordenanza me anunció que don Higinio Rivas deseaba hablar conmigo.

Había sonado la hora trágica. Un momento estuve por retardarla, no recibiendo al viejo, pero me pareció demasiada cobardía, y mirando al destino cara á cara, le hice entrar, sin despedir á mis subalternos.

Casi no reconocí á don Higinio. La enfermedad lo había adelgazado y debilitado mucho, y las preocupaciones, los sinsabores, el amor propio herido, después de provocar un paroxismo de rabia, lo habían dejado como inquieto y vacilante.

Su cara de león manso, alargada y arrugada, expresaba más bien melancolía que fiereza, y sus ojillos negros, bajo las cejas blancas é hirsutas, no se fijaban ya ni resueltos ni investigadores, sino que vagaban indecisos, de una á otra persona, de uno á otro objeto.

—Quiero que hablemos solos—me dijo después de saludarme desabridamente.

—Un momento, don Higinio, y estoy á su disposición. Tengo que dar algunas órdenes...

Pero siéntese... Las circunstancias son tan graves...

Afortunadamente, no tengo secretos para usted...

Di, entonces, con exagerada prosopopeya mis últimas instrucciones á comisarios y oficiales, y me pareció conveniente—más por don Higinio que por otra cosa,—extremar las disposiciones guerreras ofensivas y defensivas: dispuse el acuartelamiento de los vigilantes con las armas en la mano, la instalación de cantones en los puntos estratégicos para defender la casa de Gobierno, la Municipalidad, la policía, el Banco, los domicilios del Gobernador y los Ministros.

Con esto, entraban y salían empleados, presurosos, con aire importante, y don Higinio, sorprendido,