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Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/242

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¡Una capital con la quinta parte de la población de un país que es un mundo, capital que, sin embargo, vive en la abundancia, en el lujo, en la esplendidez! ¡Qué ciudad, qué país, qué maravilla!... Quererla mal es renegar de la propia obra, es no saber lo que estamos haciendo...

La ciudad de provincia quedaba lejos, muy lejos, allá atrás, y el mismo recuerdo de María se esfumaba como algo que comenzara á ser remoto. El grande hombre del interior iba á ser grande hombre de la capital, centuplicando su importancia sin trabajo, conducido por el curso natural de las cosas... Pero ¿y si el Presidente?...

¡No! no había nada que temer:

me daría su confirmación, pues le constaba que lo había servido y lo serviría incondicionalmente, mientras ocupara el Poder. Después, no podía forjarse ilusiones; su sucesor lo arrumbaría en cualquier rincón, como él mismo había hecho con su antecesor, como lo hicieron casi todos antes, en la corta serie de los presidentes.

Lo importante para él era contar durante su período, con hombres probados, y prepararse á volver en las mejores condiciones posibles á la vida privada... Pero, ¿no sería peligroso hablarle de lo que me había encargado fray Pedro? ¿no consideraría aquello como una falta de disciplina? ¿Qué pensaba del divorcio? ¿deseaba implantarlo realmente? ¡Bah! todo es cuestión de tantear el terreno con destreza y no precipitarse, teniendo en cuenta, además, que una medida tan radical no es de su temperamento...

Fuí á verlo en su casa particular al día siguiente, y en cuanto hice pasar mi tarjeta me recibió. Era un hombre joven, bien parecido, de mirada suave y bondadosa, muy campechano y afable. Hablaba con cierto dejo provinciano que