—¿Cuál es la función del verbo? Medio de pie, con la mano derecha apoyada en el respaldar de la silla, clavé en él los ojos espantados y balbucí:
—¡Yo... yo no la he visto nunca! La ira de don Prilidiano quedó sofocada por las carcajadas homéricas de los otros dos, entre cuyos estallidos oí que don Néstor repetía:
—¡Está bien, siéntese! ¡Está bien, siéntese! Completamente cortado volví á sentarme en el banquillo, diciéndome que aquella tortura no acabaría sino con mi muerte, material esta vez; pero el rector acertó á contenerse y me dijo más claro, con burlona bondad:
—No, no. Vaya á su asiento. Vaya á su asiento.
Los oídos me zumbaban, pero, al pasar junto á los bancos, parecióme oir: «Es un burro», y pensé en huir sin detenerme, hasta Los Sunchos, pero no tuve fuerzas. Caí desplomado en mi asiento. ¡Cómo se habían reído de mí profesores y alumnos! ¡de mí, de quien, en mi pueblo, no se había atrevido nadie á reirse, de mí, de Mauricio Gómez Herrera!...
IX
Como era lógico —aunque ahora quizá no lo parezca,— entré á cursar el primer año del Colegio Nacional, y con este favor empezó el primer calvario de mi vida, quizás el único hasta hoy.
En cuanto supo que «había pasado», tatita se volvió á Los Sunchos, dejándome en poder de los Zapata, cuyos procedimientos resultaron ¡ay! muy otros que los de mis padres, y cuyo seco rigor era la antítesis de la tolerancia cariñosa