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sino también á toda la flor y nata de Los Sunchos, con el mismo don Sócrates á la cabeza.

¡Y dicen que la Grecia antigua no renace en nuestro «páis», con Sócrates y todo!...

En fin, á la madrugada nos íbamos á acostar, y yo gozaba de esa hora admirable en que todo lo viviente calla un momento, reconcentrándose, reconstituyéndose en el sueño, para despertar, poco después, más fresco, más ardiente, más vigoroso. Siempre he tenido un flaco por los grandes espectáculos de la Naturaleza, y creo que si la política no me hubiese absorbido por completo, hoy sería el descriptor más notable de las bellezas y la grandiosidad del paisaje argentino.

Pero no es posible repicar y andar en la procesión.


XII

Pocos años más tarde, una diversión de otro orden, que me atraía muchísimo, fué el punto de arranque de una de las manifestaciones más significativas de mi vida.

Solía yo visitar de noche la redacción de «La Época», periódico semi oficial, sostenido por la Municipalidad y redactado por un joven aventurero español, que respondía al sonoro nombre de Miguel de la Espada, mozo capaz de escribir cuanto conviniese á los que le pagaban, y tipo común de todos los pueblos y ciudades de la República. La imprenta era una casucha de tres piezas, sucia y miserable, situada á pocos pasos de la plaza pública, en una calle adyacente.

En el primer cuartujo estaba instalada la Redacción, con una mesa larga de pino blanco, llena de diarios y papeles, un pupitre alto para los libros de caja de la Administración,