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para mí, en aquel entonces, aunque flaquearan bastante en cuanto á originalidad. Había sido en pocos meses, cuanto se podía ser, desde acomodador de teatro en Buenos Aires, hasta director de periódico en Los Sunchos, y decía (vaya un ejemplo):

—Todas las mujeres tienen su cuarto de hora, y el que acierte á acercárseles en ese momento, puede estar seguro de obtenerlas.

Ó bien:

—Todos los hombres se venden; la cuestión es dar con el precio.

Ó bien:

—Para llamar honrado á un hombre es preciso ponerlo en la mayor necesidad, y, al mismo tiempo, darle ocasión de que robe. Si no roba es honrado. Pero en esas condiciones no hay quien no robe.

Igual cosa digo de la mujer honesta. No hay mujer que no haya engañado á su marido, por lo menos en pensamiento, si ante su vista pasó alguien á su juicio mejor que el marido.

Ante su vista ó también ante su imaginación...

Estas doctrinas me seducían, aunque hiciera de vez en cuando algunas reservas, porque, entre otras cosas, no podía admitir que mi madre hubiera faltado, ni aun soñando, á sus deberes.

Pero esta excepción no alcanzaba, generalmente, á la madre de los demás, y pecaba por exceso de limitación. La sabiduría de de la Espada, se infiltraba, pues, en mí, y no había de tardar en ensayarla en la práctica de la vida.

Otro entretenimiento que no debo pasar por alto, pues tuvo cierta influencia en mi vida:

iba á menudo á tomar mate con el viejo comisario don Sandalio Suárez, en la misma comisaría, interesándome en la organización de la vigilancia y otros servicios, y, sobre todo, en los problemas policiales, aunque Sherlock Holmes