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hermosa dentadura llegaban hasta decir que Darcy era muy amable.

La conformidad de gustos y el temor recíproco de su ingenio maldiciente habían aproximado a Julia y Darcy. Después de algunas escaramuzas, habían establecido un tratado de paz, una alianza ofensiva y defensiva; se respetaban mutuamente y estaban siempre unidos para compartir el pellejo de sus amistades.

Una noche, suplicaron a Julia que cantase no sé qué trozo. Ella tenía una hermosa voz y lo sabía.

Al acercarse al piano miró, antes de cantar, a las mujeres con aire un poco orgulloso, como si quisiera desafiarlas. Pero aconteció que precisamente aquella noche, por indisposición o por desdichada fatalidad, estaba privada de casi todos sus recursos. La primera nota que salió de aquella garganta, ordinariamente tan melodiosa, resultó decididamente falsa. Julia se azoró, no cantó nada a derechas y equivocó todos los matices. Toda confusa, pronta a romper a llorar, la pobre Julia abandonó e: piano, y al volver a su sitio, no pudo menos de mirar la alegría maligna que disimulaban mal sus compañeras, viendo humillado su orgullo. Los hombres mismos parecían contener con trabajo una sonrisa burlona. Bajó los ojos de vergüenza y cólera, y estuvo algún tiempo sin osar levantarlos. Cuando alzó la cabeza, el primer rostro amigo con que tropezó fué el de Darcy. Estaba pálido, y en sus ojos brillaban lágrimas. Parecía más conmovido de su fracaso que ella misma.