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que llevaban un saco, y este saco se agitaba como si dentro hubiese alguna cosa viva.

—¡Ah, Dios mío!—exclamó la señora Lambert, que había leído "El Giaur". Era una mujer que iban a echar al mar.

—Justamente—prosiguió la señora Dumanoir, un poco picada de verse quitar así el rasgo más dramático de su cuento. El señor Darcy mira al saco, oye un gemido sordo y adivina en seguida la horrible verdad. Pregunta a los mudos lo que van a hacer; por toda respuesta, los mudos sacan sus puñales. Por fortuna, el señor Darcy estaba muy bien armado. Pone en fuga a los esclavos, y saca, en fin, del maldito saco a una mujer de encantadora belleza, medio desvanecida, y la lleva a la ciudad, donde la deja en una casa segura.

—¡Pobre mujer!—dijo Julia, que comenzaba a interesarse por la historia.

—La cree usted salvada? De ningún modo.

El marido, celoso, porque era un marido, amotinó a todo el populacho, que se dirigió con antorchas a casa del señor Darcy, con intención de quemarlo vivo. No sé bien el fin de este asunto; lo único que sé, es que ha sostenido un sitio y acabado por poner la mujer en seguridad. Parece, además añadió la señora Dumanoir, cambiando repentinamente de expresión y tomando un "tono de nariz muy devoto"—, que el señor Darcy tuvo cuidado de que la convirtiesen, y que ha sido bautizada.