La llegada de Châteaufort, del comandante PeOrrin y de algunas otras personas puso fin a esta conversación. Châteaufort se sentó al lado de Julia, y aprovechando un momento en que hablaban muy alto:
—Parece usted triste, señora—le dijo—; me consideraría muy desgraciado si la causa fuera lo que ayer le dije.
Julia no había escuchado, o más bien, no habíaquerido escuchar. Châteaufort sintió, pues, la mortificación de repetir su frase, y la mayor aún de una respuesta un poco seca, después de la cual Julia se mezcló en seguida en la conversación general; y, cambiando de sitio, se alejó de su desgraciado admirador.
Châteaufort, sin desalentarse, derrochaba inútilmente sus ingeniosidades. La señora de Chaverny, a quien sólo quería agradar, le escuchaba distraída; pensaba en la próxima llegada de Darcy, aunque preguntándose por qué se preocupaba tanto de un hombre que ella debía haber olvidado, y que probablemente la había también olvidado a ella desde hacía mucho tiempo.
Al fin escuchóse el ruido de un coche; la puerta del salón se abrió.
—¡Ah! ¡Ya está aquí!—exclamó la señora Lambert.
Julia no osó volver la cabeza; pero se quedó intensamente pálida. Experimentó una viva y. súbita sensación de frío, y tuvo necesidad de reunir todas sus fuerzas para rehacerse e impedir