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que Châteaufort reconociese el cambio de su fisonomía.

Darcy besó la mano de la señora Lambert, y, después de hablarle en pie algún tiempo, se sentó a su lado. Entonces se produjo un gran silencio. La señora Lambert parecía esperar y preparar un reconocimiento. Châteaufort y los hombres, a excepción del buen comandante Perrin, observaban a Darcy con curiosidad algo celosa. Llegado de Constantinopla, tenía una gran superioridad sobre ellos, y esto era motivo suficiente para que adoptasen ese aire de rigidez acompasada que se toma con los extranjeros. Darcy, que no se había fijado en nadie, fué el primero en romper el silencio. Habló del tiempo y del camino, de cualquier cosa; su voz era dulce y musical. La señora de Chaverny se atrevió a mirarle; lo vió de perfil. Le pareció enflaquecido. y su expresión había cambiado... En resumen, lo encontró bien.

—Querido Darcy—dijo la señora Lambert—; mire usted alrededor, y vea si encuentra por ahí alguna de sus antiguas amistades.

Darcy volvió la cabeza, y vió a Julia, quê hasta entonces se había ocultado bajo su sombrero.

Levantóse precipitadamente con una exclamación de sorpresa, y se adelantó hasta ella, tendiéndole la mano; después, deteniéndose de repente y como arrepintiéndose de su familiaridad, saludó a Julia muy profundamente, y le expresó en términos muy "correctos" todo el gusto que tenía en volverla a ver. Julia balbució algunas palabras cor-