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se mata impunemente a un buen musulmán y cuesta caro darle una paliza.

"Una vez que me hube sécado un poco, nuestro primer cuidado fué, como pueden ustedes imaginárselo, acudir al saco y abrirlo. Nos encontramos con una mujer bastante bonita, un poco gorda, de hermoso pelo negro, y, por todo vestido, con una camisa de lana azul, un poco menos transparente que el chal de la señora de Chaverny.

"Esta mujer salió inmediatamente del saco, y no muy turbada en apariencia, nos dirigió un discurso, muy patético sin duda, pero del cual no comprendimos una palabra; después me besó la mano. Es la única vez, señoras, que una dama me ha hecho este honor.

"Mientras, habíamos recobrado nuestra sangre fría. Veíamos a nuestro truchimán arrancarse la barba como un desesperado. Yo me arreglé la cabeza como mejor pude con mi pañuelo. Tyrrel decía:

"—¿Qué haremos con esta mujer? Si nos quedamos aquí, volverá el marido con refuerzos y nos aplastará; si volvemos a Larnaca con ella en esta forma, el populacho nos lapidará infaliblemente.

"Tyrrel, confundido con todas estas reflexiones y recobrada ya su flema británica, exclamó:

"¡Qué demonio de idea ha tenido usted de venir a dibujar hoy!

"Su exclamación me hizo reir, y la mujer, que