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no había comprendido nada, se puso a reir también.

"Fué preciso, sin embargo, tomar una resolu ción. Se me ocurrió que lo mejor sería ponernos todos bajo la protección del cónsul de Francia; pero lo más difícil era entrar en Larnaca. El día declinaba, y fué una circunstancia favorable para nosotros. Nuestro turco nos hizo dar un gran rodeo, y gracias a la noche y a esta precaución, llegamos sin tropiezo a la casa del cónsul, que está fuera de la ciudad. Se me ha olvidado decirles, que habíamos arreglado a la turca una indumentaria, casi decorosa, con el saco y el turbante de nuestro intérprete.

"El cónsul nos recibió muy mal; nos dijo que éramos unos locos; que era preciso respetar los usos y costumbres de los países en que se viaja; que era preciso no poner el dedo entre el árbol y la corteza... En resumen, nos echó una buena reprimenda, y tenía razón, pues lo que habíamos hecho era suficiente para ocasionar un motín violento y una degollina de todos los francos de la isla de Chipre.

"Su mujer fué más humana; había leído muchas novelas y encontraba muy generosa nuestra conducta. De hecho, nos habíamos conducido como héroes de novela. Esta excelente señora era muy devota, y pensó que convertiría fácilmente a la infiel que le habíamos llevado; que esta conversión sería mencionada en el "Monitor", y que su marido sería nombrado cónsul general. En su ca-