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reció. Habré de decírselo todo a ustedes? El cónsul tenía de cocinero a un mingreliano, que ciertamente era un granuja; pero que hacía admirablemente el "pilaf". Este mingreliano había agradado a Emineh, que tenía, sin duda, un patriotismo a su manera. La raptó, y al mismo tiempo le llevó a la señora una cantidad bastante considerable, que jamás volvió a recuperar. El asunto costó al cónsul su dinero, a su mujer el ajuar que había dado a Emineh y a mí los bombones, sin contar los golpes que había recibido. Lo peor es que me hicieron responsable en cierta manera de la aventura. Pretendían que era yo quien había libertado a quella maldita mujer, a la que yo hubiese querido ver en el fondo del mar, y que había traído tantas desgracias sobre mis amigos. Tyrrel supo escurrir el bulto. Fué considerado como una víctima, siendo él sólo la causa de todo el lío, y yo quedé con reputación de Quijote y la cicatriz que ustedes ven, que perjudica mucho a mis éxitos."

Contada la historia, volvieron al salón. Darcy charló algún tiempo con la señora de Chaverny, y fué después obligado a abandonarla para que le presentasen a un joven muy sabio en Economía política, que estudiaba para ser diputado y deseaba tener informes estadísticos sobre el Imperio otomano.

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Julia, después que Darcy la hubo abandonado, miraba con frecuencia al reloj. Escuchaba a Cha-