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establecido los fundamentos de una tierna amistad en casa de la señora Lambert y le gritó que se detuviese.

El coche se detuvo y, apenas pronunciado el nombre de la señora de Chaverny, un hombre joven que ocupaba el cupé abrió él mismo la portezuela, y gritando: —¿Está herida?, se echó fuera y se puso de un salto al lado de la carretela de Julia. Ella reconoció a Darcy: le esperaba.

Sus manos se encontraron en la obscuridad, y Darcy creyó sentir que la señora de Chaverny apretaba la suya; pero era probablemente un efecto del miedo. Después de la primera pregunta, Darcy ofreció con naturalidad su coche. Julia no respondió al principio, pues se hallaba muy indecisa respecto al partido que debía tomar. De un lado, pensaba en las tres o cuatro leguas que habría de recorrer a solas con un hombre joven, si quería ir a París; por el otro, si volvía al castillo para pedir hospitalidad a la señora Lambert se estremecía ante la idea de contar el novelesco accidente del coche atascado y del socorro ofrecide por Darcy. Presentarse en el salón en medio de la partida de "whist", salvada por Darcy como la mujer turca... no había que pensar en ello.

¡Pero también tres largas leguas hasta París!

Mientras, ella flotaba así en la incertidumbre y balbuceaba con bastante torpeza algunas frases triviales sobre la molestia que iba a causar, Darcy, que parecía leer en el fondo de su corazón, le dijo friamente: