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Tome usted mi coche, señora; yo permaneceré en el suyo hasta que pase alguien para París.

Julia, temiendo mostrar demasiada gazmoñería, se apresuró a aceptar el primer ofrecimiento, pero no el segundo. Y como su resolución fué repentina no tuvo tiempo de decidir de si irían a P... o a París. Estaba ya en el cupé de Darcy, envuelta en su capa, que él se apresuró a darle, y los caballos trotaban vivamente hacia París antes de que hubiese pensado en decir dónde quería ir. Su criado había elegido por ello, dándole al cochero el nombre y la calle de su ama.

Comenzaron la conversación cohibidos. El tono de voz de Darcy era breve y parecía anunciar un poco de mal humor. Julia imaginó, que su resolución le había chocado y que la tenía por una gazmoña ridícula. Hasta tal punto se hallaba bajo la influencia de aquel hombre, que se dirigía interiormente vivos reproches y sólo pensaba en disipar aquel movimiento de mal humor de que ella se acusaba. El traje de Darcy estaba mojado; lo advirtió, y despojándose inmediatamente de su capa exigió que se cubriese con ella.

Entablóse con tal motivo un pugilato de generosidad, de donde resultó que, adoptando un término medio, cada uño obtuvo una parte de la capa.

¡Imprudencia enorme que no hubiese cometido sin aquel momento de vacilación que quería hacerse perdonar! Estaban tan cerca uno de otro, que la mejilla de Julia podía sentir el calor del aliento