conmovido él también—; perdóneme, se lo suplico. Olvide estos reproches. No, no tengo yo derecho a hacérselos. Soy más culpable que usted... No he sabido apreciarla. La he creído débil como las mujeres del mundo en que vivía; he dudado de su valor, querida Julia, y ¡me veo cruelmente castigado por ello!
Besaba con ardor sus manos, que ella no retiraba ya; iba a abrazarla sobre su pecho... pero Julia le rechazó con una viva expresión de terror y se alejó de él todo lo que podía permitirle el espacio del coche.
Entonces Darcy, con una voz cuya misma dulzura hacía más patética la expresión:
—Dispénseme usted, señora, me había olvidado de París. Ahora me acuerdo que aquí se va al matrimonio, pero que no se ama.
—¡Oh!, sí, yo le amo—murmuró ella sollozando—; y dejó caer su cabeza sobre el hombro de Darcy.
A Darcy la apretó sobre sus brazos con efusión, procurando detener sus lágrimas con besos. Ella procuró aún sustraerse a su abrazo, pero este esfuerzo fué el último que intentó.
XII
Darcy, se había engañado sobre la naturaleza de su emoción. Hay que decirlo: no estaba enamora.do. Había aprovechado una buena fortuna, que pa. recía venírsele encima y que merecía que no se