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—Ahá.

—Güeno... ahí tenés — concluyó el hombre, haciendo sonar sobre el mostrador unas monedas de níquel.

—¿Vah' a pagar la copa? — sonrió el tape Burgos.

—En la pulpería'e Las Ganas — respondí contando mi capital

—¿Hay algo nuevo en el pueblo? — preguntó Don Pedro, a quien solía yo servir de noticiero.

—Sí, señor... un pajuerano.

—¿Ande lo has visto?

—Lo topé en una encrucijada, volviendo 'el río.

—¿Y no sabés quién es?

—Sé que no es de aquí..., no hay ningún hombre tan grande en el pueblo.

Don Pedro frunció las cejas como si se concentrara en un recuerdo.

—Decíme... ¿es muy moreno?

—Me pareció..., sí, señor... y muy juerte.

Como hablando de algo extraordinario el pulpero murmuró para sí:

—Quién sabe si no es Don Segundo Sombra.

—El es — dije, sin saber porqué, sintiendo la misma emoción que al anochecer, me había mantenido inmóvil ante la estampa significativa de