tambien, para que me ponga esquiva y ceñuda, y asi tengas que rogarme. Mucho te quiero, Montesco, mucho, y no me tengas por liviana, antes he de ser más firme y constante que aquellas que parecen desdeñosas porque son astutas. Te confesaré que más disimulo hubiera guardado contigo, si no me hubieses oido aquellas palabras que, sin pensarlo yo, te revelaron todo el ardor de mi corazon. Perdóname, y no juzgues ligereza este rendirme tan pronto. La soledad de la noche lo ha hecho.
Juróte, amada mia, por los rayos de la luna que platean la copa de estos árboles...
No jures por la luna, que en su rápido movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas á imitar su inconstancia.
¿Pues por quién juraré?
No hagas ningun juramento. Si acaso, jura por tí mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quien he de creer.
¡Ojalá que el fuego de mi amor...!
No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oir tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado á abrirse, animado por las