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OTELO.

Yago, aunque no puedo atinar para qué le desea: Dios lo sabe. A mí sólo me toca obedecer. (Sale Yago.)


YAGO.

¿Cómo estás sola?

EMILIA.

No te enojes, que algo tengo que regalarte.

YAGO.

¿A mí qué? Buena cosa será.

EMILIA.

¡Ya lo creo!

YAGO.

Eres necia, esposa mia.

EMILIA.

¡Ya lo creo! ¿Cuánto me darás por aquel pañuelo?

YAGO.

¿Qué pañuelo?

EMILIA.

Aquel que el moro regaló á Desdémona, y que tantas veces me has mandado robar.

YAGO.

¿Y ya lo has hecho?

EMILIA.

No le he robado, sino que le he recogido del suelo, donde ella le dejó caer. Tómale, aquí está.

YAGO.

Dámele, pues, amor mio.

EMILIA.

¿Y para qué? ¿Cómo tuviste tanto empeño en que yo le robara?