Antífolo.—Tanto vale cerrar los ojos, dulce amor, como abrirlos en la oscuridad.
Luciana.—¡Qué! ¿Me llamáis amor? Dad ese nombre á mi hermana.
Antífolo.—Á la hermana de vuestra hermana.
Luciana.—Queréis decir mi hermana.
Antífolo.—No: sino tú misma; tú, la mejor mitad de mi sér; la pura luz de mis pupilas; el caro corazón de mi corazón; mi alimento, mi fortuna y el único anhelo de mi tierna esperanza; tú, mi cielo en la tierra, toda mi ambición en el cielo.
Luciana.—Mi hermana es todo esto, ó al menos, debería serlo.
Antífolo.—Toma tú misma el nombre de hermana, mi bien amada, pues es á ti á quien aspiro: es á ti á quien quiero amar; es contigo con quien quiero pasar mi vida. No tienes esposo aún, ni yo tengo aún esposa. Dame tu mano.
Luciana.—¡Oh! Poco á poco, señor: esperad, voy á traer á mi hermana para pedirle su consentimiento.