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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

Dromio de Siracusa.—¡Oh mi viejo amo! ¿Quién lo ha cargado aquí con estos lazos?

La abadesa.—Cualquiera que sea el que le ha encadenado, le libertaré de su cadena y ganaré un esposo. Hablad, viejo Ægeón, si sois el hombre que tuvo una esposa, hace tiempo, llamada Emilia, que os dió á la vez dos hermosos niños; ¡oh! ¡si sois el mismo Ægeón, hablad, y hablad á la propia Emilia!

Ægeón.—Si no sueño, eres Emilia; si eres Emilia dime ¿dónde está este hijo que flotaba contigo sobre aquella balsa fatal?

La abadesa.—Él y yo con el gemelo Dromio, fuímos recogidos por habitantes de Epidamno; pero un momento después, pescadores feroces de Corinto les quitaron por fuerza á Dromio y á mi hijo, y me dejaron con los de Epidamno. Lo que fué de ellos después, no puedo decirlo; á mí, la fortuna me ha colocado en el estado en que me véis.

El duque.—He aquí que principia á confirmarse la historia de esta mañana; ¡estos dos Antífolo, estos dos hijos tan parecidos, y estos dos Dromio tan semejantes! He aquí los padres de estos dos niños que la casualidad reune. Antífolo, ¿has venido primero de Corinto?

Antífolo de Siracusa.—No, príncipe; yo no: vine de Siracusa.

El duque.—Vamos, teneos separados; no puedo distinguiros uno de otro.

Antífolo de Éfeso.—Vine de Corinto, mi bondadoso señor.

Dromio de Éfeso.—Y yo con él.

Antífolo de Éfeso.—Conducido a esta ciudad por vuestro tío, el duque Menafón, guerrero tan famoso.

Adriana.—¿Cuál de los dos ha comido conmigo hoy?

Antífolo de Siracusa.—Yo, mi bella dama.

Adriana.—¿Y no sois vos mi esposo?