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LAS ALEGRES COMADRES

Ana.—¡Ay de mí! Antes querría que me pusieran pronto bajo de tierra, y sembraran berzas encima.

Sra. Page.—Vamos, no te atormentes. Señor Fenton, no seré para vos en esto ni amiga, ni enemiga. Examinaré á mi hija para saber qué grado de afecto os tiene; y según lo que en ella descubra arreglaré mi proceder. Hasta entonces, adios, señor. Es necesario que Ana éntre, ó se enfadaría su padre.

(Salen la Sra. Page y Ana.)

Fenton.—Adios, bondadosa señora; adios, Ana.

Aprisa.—Todo esto es obra mía. ¡Pues qué!—le dije—¿vais á malograr vuestra hija en manos de un imbécil y por añadidura médico? Ya lo véis, señor Fenton, todo esto es obra mía.

Fenton.—Te doy las gracias, y te ruego que esta noche dés á mi dulce Ana esta sortija. Toma por tu molestia.

(Sale.)

Aprisa.—¡Dios te llene de bendiciones! Como que tiene un corazón bondadoso. ¡Una mujer sería capaz de echarse de cabeza al fuego por tan buen corazón! Sin embargo, yo quisiera mas bien que Ana fuese de mi amo, ó del señor Slender; ó en fin, que fuese del señor Fenton. Haré todo lo que pueda por los tres, ya que así lo he prometido y que soy incapaz de faltar á mi palabra; pero especialmente por el señor Fenton. Bueno: ahora tengo que ir con otro mensaje al señor Falstaff de parte de mis dos señoras. ¡Soy un animal en tardarme así!

(Sale.)
ESCENA V.
Cuarto en la posada de la Liga.
Entran FALSTAFF y BARDOLFO.

Falstaff.—Bardolfo, escucha.

Bardolfo.—¿Señor?

Falstaff.—Vé á traerme una pinta de Jerez, y una