Page.—Sin embargo, no faltan muchos que temen pasar en alta noche junto al roble de Herne. Pero ¿qué resulta de eso?
Sra. Ford.—Pues nuestro plan es que Falstaff vaya á encontrarse con nosotras al pié del roble, disfrazado de Herne, con grandes cuernos en la cabeza.
Page.—Bien: admitiendo que acudirá á la cita en el modo y forma que decís, ¿qué vais á hacer con él? ¿Cuál es vuestro intento?
Sra. Page.—También hemos pensado en ello, y he aquí cómo: mi hija Ana Page, mi hijo y tres ó cuatro chicuelos de su edad, estarán vestidos de enanos, de duendes y de hadas, de color verde y azul, llevando en la cabeza coronas de bujías de cera, y matracas en las manos. En el momento en que Falstaff y nosotras estemos reunidos, saldrán ellos precipitándose de repente de su escondite y entonando alguna bulliciosa canción; y á su vista nos escaparemos nosotras dando muestras de grande asombro. Entonces ellos le rodearán, y á usanza de hadas, principiarán á pinchar al torpe caballero, preguntando cómo ha podido atreverse, siendo un profano, á penetrar en sus sagrados senderos en aquella hora de su fiesta.
Sra. Ford.—Y que las supuestas hadas sigan punzándolo bien y quemándolo con sus bujías, hasta que haya confesado la verdad.
Sra. Page.—Y una vez confesada, nos presentaremos nosotras, quitaremos los cuernos al espíritu, y le llevaremos en medio de nuestras burlas hasta su casa en Windsor.
Ford.—Será menester aleccionar bien á los niños para esto; ó de no, jamás podrán hacerlo como se debe.
Evans.—Yo enseñaré á los chicos el modo cómo han de conducirse; y yo mismo me disfrazaré de mono para quemar con mi bujía al caballero.