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JULIO CÉSAR

cado, acrecido y más animoso.—Le quitaremos esta ventaja si vamos á Filipi á hacerle frente, dejando este pueblo á nuestra espalda.

Casio.—Escuchadme, buen hermano.

Bruto.—Con vuestro permiso. Debéis advertir, además, que hemos procurado obtener de nuestros amigos lo más que era posible. Nuestras legiones están del todo completas y nuestra causa ha llegado á su madurez. El enemigo aumenta cada día. Nosotros, que nos hallamos en la cima, estamos expuestos á declinar.—Hay en los negocios humanos una marea que, tomada cuando está llena, conduce á la fortuna; y omitida, hace que el viaje de la vida esté circundado de bajíos y miserias.—Flotando estamos ahora en ese mar, y tenemos que aprovechar la corriente cuando es favorable, ó perder nuestras probabilidades.

Casio.—Así, pues, como lo deseáis, seguid adelante. Nosotros nos pondremos en marcha y los encontraremos en Filipi.

Bruto.—La alta noche ha avanzado mientras hablábamos. La naturaleza tiene que obedecer á la necesidad, y la satisfaremos, aunque mezquinamente, con un breve descanso. ¿No hay más que hablar?

Casio.—No más. Buenas noches. Madrugaremos mañana, y en camino.

Bruto.—Lucio, mi túnica. (Sale Lucio.)—Adios, buen Messala. Buenas noches, Ticinio. Buenas noches y buen reposo, noble Casio.

Casio.—¡Oh querido hermano! Esta noche ha tenido un mal principio. Que jamás semejante disensión surja entre nuestras almas! No dejéis que suceda, Bruto.

Bruto.—Ya está bien todo.

Casio.—Buenas noches, mi señor.

Bruto.—Buenas noches, buen hermano.

Ticinio.—Buenas noches, Bruto, mi señor.