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En STELLA

minosos que dejaban escapar cl alma palpi. tante, en su hoca que parecía abrirse al soplo potente de su pensamiento; en su expresión, en sus ademanes, ea sus gestos... Sus rasgos acentuados eran de aquellos que se graban en Ja memoria de las multitudes; poseía ese algo tan raro y tan inexplicable, que marca 4 los conductores de hombres,

Enérgico y dominador con interminencias, era de aquellos que cuando dicen, vamos! es ya caminando, No avanzó sin embargo. Bu- contraba aquí también la decepción en los amigos, que sus trianfos convertían en riva- les, y que buscaban la falla de su coraza. Sualtivez y su nobleza no le permitían luchar con la mezquindad, y fué tan grande su re- puguancia que se alejó de nuevo.

Su escepticismo, que provenía hasta enton- ces, más que todo, de su vacío moral, refor- zado por reales decepciones, puso una lápida sobre sus facultades activas € hizo del joven entusiasta, al hombre indiferente. Llegó á ese límite del descreimiento en que vemos en todo la inutilidad de todo, planteándose ante nos- otros la pregunta disolvente: ¿Para qué?. .

Sus viejos tíos iban muriendo, y el heredán- dolos; esa fortuna fué el peso que lo arrastró completamerte ya al fondo de la duda y de la deconfianza. En ese espíritu tan alto se escurrió la raquítica aprensión del hombre ¡co que ve, en cualquiera manifestación de afecto, el reflejo de su fortuna; en el apretón