STELLA se de su peso. Gustavo, orgulloso y delicado, no quiso intervenir en nada delo que se re- lacionara conla parte que tocaba á su mue jer. Limitándose á aconsejaria que colocara sus fondos en propiedades que le produjeran una renta fija y segura, dejóla disponer á su antojo.
La persona encargada de la administración de esos fondos, la animó á que empleara una parte en acciones de minas en el Cáucaso, que producían un fuerte interés. El primer dividendo [dió un resultado tan halagador, que fué ella misma la que se empeñó después en colocarallí todo lo demás. Al volver Gus- tavo de uno de sus viajes, en el que por mi lagro salvara su barco, la fortuna de su mujer había zozobrado. Las minas del Cáucaso ha- cían agua, y su director había desaparecido.
Ana María no conocía del dinero más que lo que el dinero da. Nada le había faltado nunca, nada le faltaba ahora, no se le ocurrió pensar que algo podría faltarle alguna vez, y olvidó,
Gustavo era de familia noble, recibía contí- nuas manifestaciones de admiración y de respeto, que le tributaban desde el rey hasta el último plebeyo, y fuertes retribuciones por libros y estudios que se le encomendaban, pero no tenía fortuna, Incapaz de privar á Ana María de ninguno de los lujos y capri chos, á que había estado acostumbrada toda su vida, no quiso nisupo guardar.