Página:Duayen Stella.djvu/97

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SrbLLA 2 sus lecturas clásicas, soñando con las diosas de Homero y las estatuas de Fidias, no tenía otra idea de belleza, todavía, que el tipo aca- démico: corrección de la línea, perfección de la forma. Decirle, entonces, que una mujer puede ser linda con lx frente más ancha, la nariz más larga ó más levantada que la Ve- mus le Milo habría sido hacerlo reir,

Como rasgo atávico de algún antepasado desconocido, encontró esta perfección en la hermana de un condiscípulo, que vivía con su madre, sosteniéndose con costuras del Es- tado.

El joven se enamoró, ciegamente, con uno de esos amores devotos, ardientes y fervoro- sos, en que «se sueña con las rosas, con la aurora, con las hebras de luz de su cabello...» La adoró romanesca y apasionadamente, y con tal pureza de intención que lo llevó á contárselo á su padre.

Este, sin mostrarse sorprendido ni opues- to, con su decisión rápida habitual, visitaba al día siguiente á la madre y 4 la hija. Detrás del perál puro, del andar olímpico de esta Musa, se arrastraba un alma vulgar. A los dos meses se casaba con un pariente que la pretendía, quien instalaba su casa con un confort, para el que no hubiera bastado su modesto sueldo, Don Ezequiel había hecho contribuir á cada uno de los tíos al dote de la muchacha, asustados ante la amenaza de semejante unión para su sobrino.