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Página:Duayen Stella.djvu/98

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92 STELLA

Máximo no volvió á nombrarla, no quiso averiguar ni recriminar. Sintió el golpe de la traición, la amargura, la ponzoña de su p, mer desencanto, y calló.... Su carácter se alte- ró, muchas de sus creencias se empañaron, insinsándose en él, ya, la duda; empezaban á abrirse aquellas huellas del pesimismo y del decaimiento, que tanto afán por eubrir tuvo su padre. Pero éste estaba ahí, para tonifi- carlo, una vez que la violencia de la enfer- medad pasara, y llegara la convalecencia. ,

Lo llevaría d viajar con él, y sería éste el remedio infalible; remedio que no estaba en el viaje, sino en el viaje en su compañía. Algo más fuerte, que el fuerte Don Ezequiel, se opuso á ello: en tres días lo derrumbó la muerte,

El joven, idólatra de su padre, acostum- brado á su ascendiente impetuoso, sintióse después de las primeras desesperaciones, que- brado en su mejor resorte, como si hubiesen abierto sus venas, y salido por ellas todas sus energías, perdiendo así su vitalidad mo- ral.

Se fué 4 Europa, y arrojóse en el placer. Lo compró en todas las formas, en todos los centros, en todos los precios. Sólo le sirvió para convencerlo, que ese placer, auula por ua momento toda pena, para devolverla fo- tando infiada, como las aguas de un río de- vuelven el cadáver del que acaban de ahogar.