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adaptación, los arreos del équido chileno son más sencillos, aunque no uniformes.

Insuperable muestra de la alta equitación hispánica ha quedado en la escuela española de Viena, que hasta ahora subsiste. Del ejercicio ordinario en la Península se nos legó la clara distinción entre los caballeros "pisadores", capaces de marchar y bracear con cierta ostentación, y los "terreros", que carecían de esas facultades. En 1914 el hipólogo chileno Uldaricio Prado se refería a la raza criolla equina dividiéndola en animales de paso, de brazo y de trote. En esta forma los diferentes aires íbanse sucediendo entre el apacible paso, la ostentosa marcha o braceo, el trote, el galope y la carrera, etapas algo relacionadas con el tranqueo (cuando se levanta un pie, después de haber asentado el otro) y el portante (sacando la mano y el pie del mismo lado).

Si hay caballos "aguilillas" en América, pueden estar en el Perú y Argentina, donde el andar natural de los corceles adquiere sorprendente avance y celeridad. Si el tipo chileno tiene un "paso" más lento y tranquilo, posee sobre aquellos la ventaja de otro grado más en la "marcha" (sacando más las extremidades, acentuando el ritmo más vigorosamente y obteniendo mayor avance), para pasar gradualmente al "trote". En el tipo peruano, por el contrario, la transición entre el paso (muy rápido) y el galope es inmediata; así como en el argentino al paso casi sucede el trote. Se impone en Chile el tipo "marchador", que bracea regularmente, en contraposición a otro tipo nacional, llamado "cuartago" y que no sale de su apacible andar. Se entiende que ninguno de estos ritmos corresponde precisamente al "sobrepeso" y al "marchado" de los caballos argentinos.

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