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cruce de caminos, donde se fijan las condiciones del caso, estampándoselas en una cédula infernal, firmada con la propia sangre del interesado. Este compromiso significa la apropiación del cuerpo y el alma de la persona que lo suscribe, en favor del demonio, cumplido el plazo que se estipulara en el mismo acto. La única manera de romperlo exige velar en vida a la víctima, para lo cual se necesita un hombre conocedor de los conjuros y oraciones propias de tan terrible circunstancia y capaz de resistir las acometidas satánicas. Si llegado el amanecer, no han sucumbido velador y velado, se alcanza la salvación, y el diablo regresará a su guarida, demostrando estrepitosamente su ira y dejando libre a quien concediera fortuna, al arrojar al suelo la cédula del pacto.

Junto con el mito del brujo, éste es el de más fuerte penetración en todos los estratos socioeconómicos. Sus antecedentes europeos medievales resultan indiscutibles, así como la chilenización folklórica de sus denominaciones que complementan la genérica, destacándose caballero, cachudo, cola de ballica, condenado, enemigo, malo, maligno, mandinga, matoco, satanás.

La aludida limitación local se observa pronunciadamente en muy contados campos de las provincias de Llanquihue y Chiloé mediante la creencia en la quepuca, una piedra silicosa a la que se atribuye vida orgánica. Sus virtudes son administradas por los brujos, quienes la reducen a pequeños trozos para fertilizar los terrenos agrícolas cansados, distinguiendo entre quepuca macho y hembra, de cuya recíproca frotación se desprenden los fragmentos más eficaces; pero si es desmenuzada por los legos puede, a la inversa, disminuir la fertilidad de la tierra.

Es probable que su origen mítico se remonte a la época precolombina, por razones de aplicación de abono con propósitos de lucro, encubiertos bajo presuntos factores esótericos.

El principio de la vigencia posee tres grados básicos: el máximo está magníficamente representado por el trauco; un hombrecillo cuya altura fluctúa entre los sesenta cms. y el metro, y que cubre su cabeza con un largo sombrero cónico tejido de quilinejas, fibras de una planta liliácea muy estimada en Chiloé para la elaboración de canastos y sogas, material con el que también suele proteger su cuerpo. Habita en los bosques, entreteniéndose en cortar robustos árboles con su hacha de piedra y en sorprender a leñadores y transeúntes con su maléfica mirada, la cual produce deformaciones y enfermedades. Pero su principal afición consiste en violar doncellas, premunido de una misteriosa e irresistible atracción sexual. Como procedimientos para alejarlo se recomienda mostrarle una cruz hecha con dos cuchillos o arrojarle un puñado de arena para que se distraiga contando loe granos.

En el grado medio se encuentra el imbunche, el personaje mítico de forma más horrible en nuestro folklore, resultado de un