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esta misma serie de los monomórficos agreguemos los zoomórficos, abundantes en la mitografía chilena, y entre los cuales ocupa un lugar notable el piguchén o piuchén, un vampiro que se alimenta con la sangre de animales vivos o muertos, especialmente con la de ovinos. Los antropozoomórficos, cuya más definida expresión la constituye la ya citada pincoya. Los petromórficos, sólo comprobables en la existencia de la descrita quepuca y en la de la piedra imán, humanizada por sus atributos adivinatorios y protectores. Los cristalomórficos, como el challanco de los brujos, que puede ser un pedazo de espejo, cristal o vidrio, de forma irregular, provisto de un potencial mágico capaz de dar a conocer la situación pasada, presente o futura de cualquier persona, o de descubrir los hechores de males provenientes de gestiones de la hechicería. Los lumimórficos, ejemplificables con la candelilla, que no es otra cosa que la representación fulgurante de un brujo, cuyos destellos surgen y desaparecen en distintos puntos de los lugares rurales donde predominan el pasto natural y los arbustos, con la intención de atraer y desorientar a los transeúntes. Los criptomórficos, que tienen su mejor cauce en el encanto, esto es cualquier objeto bajo cuya apariencia inanimada de metal, piedra, tronco seco, cerro, se esconde una persona sometida a cruel tormento por razones supuestas o ignoradas, la cual puede recuperar su figura humana durante breves instantes de un sólo día del año. Se cierra esta nómina de los monomórficos con los navimórficos, y aquí es el barco fantasma llamado caleuche o buque de arte, el cual recrea el difundido tema del holandés volador, como mito fundamentalmente propio de la zona de Chiloé. Está tripulado por brujos y se transforma a su amaño en un trozo de madera, una roca o un ave, así como también domina la inmersión en el momento necesario, en concordancia con su etimología mapuche: caleutun, mudarse de condición; caleu-che, gente transformada.

La otra subdivisión de los mórficos, la ya mencionada polimórfica, comprende los homopolimórficos, que son normalmente zoomórficos, como el caballo encantado de color blanco, gran alzada y largas crines, que emerge de los lagos y lagunas y corre vertiginosamente sobre el agua; y los heteropolimórficos, diferenciados, a su vez, en antropomórficos, zoomórficos y antropozoomórficos. El exponente más calificado de los primeros y terceros es el diablo, y una demostración común de los segundos es la calchona, que puede adoptar dos formas: la de una cabra, oveja o perra, de abundante pelaje claro, o la de una mujer enteramente cubierta por un manto negro o blanco, en algunas ocasiones montada sobre un burro o un caballo. Cuando utiliza su apariencia de animal, suele ser pacífica, contentándose con recoger los alimentes que le guardan los campesinos, y sólo excepcionalmente se torna agresiva con los caminantes solitarios; en cambio, con figura humana es violenta y peligrosa, ya que espera, en encrucijadas propicias y al amparo de la oscuridad, el tránsito de algún desprevenido