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son también muy apreciados para el tratamiento de torceduras y quebraduras de brazos y piernas, y la persona que sea capaz de comerlos y digerirlos, recibe una descomunal fortaleza física; creencias principalmente aceptadas por integrantes de reductos mapuches, en cuya lengua encontramos su ascendencia etimológica: ca-mahuentu, la otra pesca, el otro marisco.

El mito del culebrón une al difundido temor que despierta en regiones rurales, el gran interés de su presumible parentesco con la más famosa de las divinidades mexicanas, la serpiente emplumada - quetzalcoatl - y de su probable introducción y expansión en Chile por parte de la cultura diaguita, en cuya área de poblamiento precolombino es donde mejor se ha conservado, en particular en los valles de Choapa y de Elqui, hallándoselo, además, en todo el centro del país.

Su cuerpo es grueso, de hasta dos metros de largo, con piel escamosa grisácea y manchada de negro. A estas características comunes, se suman otras que han configurado dos tipos de culebrón: el carente de cola y poseedor de una membrana cartilaginosa en el lomo, la cual le sirve para volar distancias cortas; el bicéfalo, con una cabeza en cada extreme del cuerpo y con verdaderas alas que le permiten considerables y veloces desplazamientos. Uno y otro manejan poderes hipnóticos, con los cuales inmovilizan a seres humanos y animales, para luego atacarlos.

Finalmente, nos ocuparemos del tue-tue, nombre onomatopéyico del citado chonchón. Es un ave monstruosa, de existencia ocasional, producto da la transformación que hace un brujo de su cabeza, con fines de transito aéreo nocturno, y en la que las orejas desempeñan la función de alas. De este modo, el interesado facilita enormemente las actividades de su oficio, a menudo practicado junto a otros compañeros de vuelo.

Sólo un individuo que haya finalizado el proceso de aprendizaje brujeril, puede alegar a valerse de este procedimiento, que, además, implica los requisitos de acostarse sobre una cama que sea de su exclusivo uso, en su habitación privada; de untarse el cuerpo, en especial el cuello y las orejas, con pomadas mágicas, y de rezar determinadas imploraciones, sin olvidar la imprescindible abertura de una ventana, que le permita asegurar su partida y regreso.

Delata su presencia por medio del inconfundible grito que ha servido para designarlo, sea que pase sobre una casa, o bien se encuentre detenido en un árbol cercano a ella. En ambos casos es signo de mal agüero, lográndoselo combatir con el poderoso conjuro de las doce palabras redobladas, echando sal al fuego, o dibujando con cuchillo una cruz en el suelo, acciones que lo precipitan violentamente a tierra, donde puede ser ultimado por quienes descubren sus chillidos y aletazos. Asimismo, se recomienda no ofrecerle obsequios, por cuanto regresa, con su figura humana, a buscarlos,