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Con excepción de la que hemos llamado área andina de nuestro folklore, el tue-tue parece haberse diseminado por todo el país, proveniente de la mitografía mapuche, aunque no siempre con su nomenclatura fundamental.

En la enumeración de las clases de creencias se incluyeron las legendarias después de las supersticiosas y de las míticas. Ya examinadas estas dos últimas, es más factible precisar un concepto de leyenda, pese a las complejidades de forma, estructura y contenido, inherentes a ella. Funcionalmente, resulta válido considerarla como una manera de interpretar la existencia y actitud de seres o cosas reales, o bien de personajes míticos, por lo general geográficamente determinados, a través de un relato de extensión variable. Esta envoltura narrativa, que facilita la transmisión de su médula sustancial y la fijación de constantes en cada una de sus versiones, ha inducido a situarla erróneamente en el mismo campo del cuento folklórico, no obstante la notoria diferencia funcional que hay entre ellos. Por otra parte, la ya aludida y frecuente aparición de mitos y de sus correspondientes supersticiones en temas de leyendas, no puede prestarse a equívocos ni interferencias, si se atiende a la caracterización y la delimitación dadas a cada uno de estos instrumentos interpretativos. Dicho en términos de síntesis: el mito actúa, la superstición faculta, la leyenda refiere.

La subdivisión más concreta que admite este tercer tipo de creencia distingue dos categorías: la meramente expositiva y la etiográfica, esto es, la que además se pronuncia sobre las causas del origen y evolución de los seres o cosas que han devenido en legendarios.

Un ejemplo de la primera se halla en la relación de las fabulosas particularidades del cerro Mauco, situado en la región de Curacaví, provincia de Santiago, uno de los lugares favoritos del diablo y de diversas especies de fantasmas, pródigo en ruidos tenebrosos y en súbitas emanaciones de humo negro.

La segunda puede ilustrarse hermosamente con la laguna de Tagua-Tagua, en la provincia de O'Higgins, actualmente seca y de riquísima calidad agrícola, y cuya denominación provendría de un ave o de una planta, ambas acuáticas y nativas de la zona. A la llegada del conquistador español extendíase allí un amplio valle cultivado por los súbditos de un poderoso jerarca incaico. Despojado de sus riquezas y condenado a muerte, solicitó subir a la torre más alta de su fortaleza, emplazada en el cerro llamado Del Inca y de la cual aún se conservan ruinas, estudiadas por arqueólogos e historiadores chilenos. Desde aquel sitio lanzó sorpresivamente tres