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mágicos gritos y tiros de honda, convirtiendo sus fértiles campos en una inmensa y profunda laguna.

La leyenda como fenómeno folklórico está vigente en todo Chile, sea con ancestros europeos, varios de ellos con entronque asiático, sea oriunda de culturas aborígenes americanas, sobresaliendo la aymara, quechua, atacameña, mapuche, huilliche, ona y alacalufe, rica vertiente en que la hispanización idiomática introdujera diversos influjos morfológicos y estilísticos.

La aplicación artística de las creencias ofrece grandes posibilidades en el plano de los acontecimientos legendarios, ya concretadas en no pocas producciones literarias de la Escuela Criollista, particularmente en el cuento, género en que descollaran Baldomero Lillo y Mariano Latorre. Menos abundante se ha mostrado respecto de la música y de la plástica, uno de cuyos exponentes más calificados, Carlos Isamitt, ha obtenido valiosas realizaciones en ambos rubros, coronadas por su obra de ballet El pozo de Oro.

Otra proyección de importancia consiste en estudiar los factores étnicos, históricos, ideológicos, sociales y psíquicos del hombre chileno a través de la práctica de narraciones legendarias y de sus consiguientes aceptaciones, rechazos y modificaciones; sin duda, de gran utilidad también para la difusión turística. Pero, quizás sea en el terreno pedagógico donde pudiera darse el aprovechamiento más propicio, hasta ahora casi siempre limitado a la trascripción de leyendas en textos escolares, sin un criterio metodológico adecuado, en circunstancias que la recolección de ellas y su descripción y análisis por parte de los propios estudiantes, debidamente orientados, podría ser un excelente recurso formativo.

La cuarta clase de creencias comprende las religiosas, que se sustentan en el concepto y acción de la fe. Antropológica y en rigor folklóricamente, difieren de las míticas por el sistema de relación imperante entre los seres sobrenaturales y sus creyentes. La existencia de las primeras conlleva una organización normativa rígida, que requiere, en considerable medida, de nexos rituales, perfeccionados en lugares especialmente consagrados y a cargo de una jerarquía sacerdotal, para oficializar la vinculación del o de los entes superiores con sus prosélitos. Las segundas, aunque a su vez causantes de reglas de conducta, viven en contacto directo con el hombre; por excepción se sujetan a mediaciones ceremoniales, que se efectúan en cualquier sitio, en nuestro folklore dirigidas por brujos. La veneración y el acatamiento que despiertan las anteriores, son sustituídas por la perturbación, el temor y la evasión provocados por éstas. Hasta donde el llamado politeísmo grecorromano fue capaz de mantener sus categorías de dioses y semidioses, sus oráculos, sus sacrificios reglamentados, todo el complejísimo mecanismo regulador de la vida y de la muerte, funcionó estrictamente como religión. Al desmoronarse sus fundamentos y sus leyes, dio paso a