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una profusa mitología, revalorada con propósitos estéticos durante el Renacimiento, y algunos de cuyos personajes se conservan en la cultura occidental como supervivencias tradicionales.

En suma, la religiosidad folklórica es una búsqueda de comunicación con el poder divino, que involucra básica y conjuntamente manifestación de homenaje y petición de auxilio, con múltiples grados y matices afectivos. Dicho poder no se trasunta en fórmulas mágicas independientes de él o en creaturas de morfología incierta, como ocurre con las supersticiones y los mitos, respectivamente, sino que se materializa en una variada gama de objetos de devoción, desde la imaginería, con todas sus modalidades de ofrenda hasta los más nimios instrumento» de protección. En otras palabras, el folklore religioso significa creer en seres superiores que se pueden tener al alcance de la mano.

Cuando esta comunicación queda inmersa en ceremoniales festivos o no festivos - como acontece en la celebración de La Tirana o en un velorio de angelito - su función interpretativa se coordina con la de estructuración y ordenación social de estos últimos, y se enriquece y diversifica gracias a la complementación de la música, de la coreografía, de la indumentaria, de los emblemas, de las comidas, de las bebidas, todos ritualizados, a menudo en el marco de un proceso expiatorio que culmina en un centro geográfico establecido. En cambio, cuando se dirige pura y simplemente a su objetivo origina procedimientos que obedecen a su función específica y con un uso mucho más libre que el de la situación de confluencia anterior. Entre ellos resaltan la oración y el conjuro.

En el folklore chileno la primera cumple con la totalidad de los propósitos de las creencias religiosas, dentro de una perentoria concepción cristiana de raíz hispánica. Sus textos son de breve extensión,; varios, versificaciones simplificadas de romances europeos.

Una clara muestra de la finalidad de sumisión y de reverencia se da en las alabanzas, serie de cuartetas, variables en número, contenido y distribución, que se recitan en ciertos hogares campesinos de la zona central antes de iniciarse las actividades cotidianas, habitualmente cantadas hasta comienzos del siglo, y de ostensible enlace con el rezo de maitines.

Ya viene rompiendo el alba,
con su luz, el claro día;
alabemos en esta hora
a Jesús, José y María.

Jesucristo anda perdido,
la Virgen lo anda buscando;
¿quién ha visto por aquí
una estrella relumbrando?