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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

como principio perpetuo y fundamento visible de unidad. Esta unidad, al final de su vida mortal, la encomendó con mucho cuidado[1]; con oraciones muy ardientes, la pidió e imploró al Padre[2], y fue escuchado por su piedad filial[3].

Así, la Iglesia se formó y creció en «un solo cuerpo» animado y vigoroso por el mismo espíritu, del cual Cristo es la cabeza, de quien todo el cuerpo compacto y unido por todas las articulaciones que lo sostienen[4]; y por eso mismo, la cabeza visible es la que desempeña el lugar de Cristo en la tierra, el Romano Pontífice. En él, como sucesor de Pedro, se cumple perpetuamente esa palabra de Cristo: Sobre esta roca edificaré mi Iglesia[5]; y él, ejerciendo perpetuamente ese oficio que le fue confiado a Pedro, cuando es necesario no cesa nunca de confirmar a sus hermanos en la fe y de pastorear todos los corderos y ovejas de su grey.

Ahora bien, el enemigo del hombre[a] nunca a nada fue tan hostil como a la unidad de gobierno en la Iglesia, con la que ella se une en la unidad de espíritu en el vínculo de la paz[6]; y si el enemigo nunca pudo prevalecer contra la Iglesia misma, sin embargo separó de su seno un número no pequeño de hijos, e incluso pueblos enteros. A tan gran daño contribuyeron las luchas de las nacionalidades entre ellas, las leyes contrarias a la religión y la piedad, y también el amor abrumador por los bienes perecederos de la tierra.

De todas estas separaciones la mayor y más lamentable fue la de los bizantinos de la Iglesia ecuménica. Aunque parecía que los Concilios de Lyon y Florencia podrían remediarlo, sin embargo, posteriormente se renovó y continúa hasta el día de hoy con un daño inmenso para las almas. Veamos, pues, cómo los eslavos orientales se extraviaron y se perdieron, junto con otros, aunque éstos habían permanecido más tiempo que los demás en el seno de la madre Iglesia. Se sabe, de hecho, que aún mantenían algunas relaciones con esta Sede Apostólica, incluso después del cisma de

  1. Jn 17, 11, 21-22.
  2. Ibíd.
  3. Hb 5, 7.
  4. Ef 4, 5,15-16.
  5. Mt 16, 18
  6. Ef 4, 3.
  1. En el original latino, enemicus homo, es decir, el [w:diablo#Cristianismo|diablo]].