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Acta Apostolicae Sedis - Comentariuo Oficial

una apología de la unidad católica, un catecismo sobre el método del Beato Pedro Canisius[a] y otros de este género. Exhortó la diligencia de uno y otro clero, de modo que despertado el celo del ministerio sacerdotal, se consiguió que el pueblo, debidamente instruido en la doctrina cristiana y alimentado por una adecuada predicación de la palabra de Dios, se acostumbrara a frecuentar los sacramentos y las funciones sagradas, se renovase un tenor de vida cada vez más correcto. Así, habiendo difundido ampliamente el espíritu de Dios, San Josafat consolidó maravillosamente la obra de unidad, a la que se había dedicado. Pero, sobre todo, lo consolidó, e incluso lo consagró, cuando por ella encontró el martirio, y lo enfrentó con el entusiasmo más vivo y la magnanimidad más admirable. Siempre pensó en el martirio, y con frecuencia hablaba de él; al martirio optó en un famoso sermón; incluso pedía el martirio como un singular beneficio de Dios; así, pocos días antes de su muerte, cuando fue advertido de la insidias que se urdían contra él, «Señor - dijo - concédeme poder derramar sangre por la unidad y por la obediencia a la Sede Apostólica». Su deseo se cumplió el domingo 12 de noviembre de 1623 cuando, rodeado de enemigos que iban en busca del Apóstol de la unidad, los encontró sonriente y amable, y les rogó, por ejemplo a su Maestro y Señor, que no tocaran a su familia, se entregó en sus manos; y aunque fue herido de la manera más cruel, no cesó hasta el final de invocar el perdón de Dios para sus asesinos.

Los frutos de un tan célebre martirio fueron numerosos, especialmente entre los obispos rutenos que dieron un vivo ejemplo de firmeza y coraje, como ellos mismos atestiguaron, dos meses después, en una carta enviada a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide: «Estamos muy dispuestos a dar la sangre y la vida por la fe católica, como ya dio uno de nosotros». Además, muchísimos, y entre ellos los propios asesinos del Mártir, regresaron inmediatamente después al seno de la única Iglesia.

Por lo tanto, la sangre de San Josafat, como lo fue hace tres siglos, es también y especialmente ahora una promesa de paz y un sello de unidad: especialmente ahora, decimos, después de que esas desgraciadas provincias eslavas, devastadas por disturbios y revueltas,

  1. San Pedro Canisio fue beatificado por el propio para Pío XI el 21 de mayo de 1925, por tanto no habían pasado dos años, desde la fecha de esta encíclica