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Pedro Echagüe

reando a cada paso un desengaño, bien conozco que no es éste el tiempo en que por aplauso a mi lira suene otra ilra; pero la tierra tiene a media vara de profundidad una superficie de igualdad, desde la que suelen reaparecer los nombres de aquellos que, en su tránsito por el mundo, alcanzaron menos de lo que merecieron. Esto que dejo dicho constituye solo una esperanza de ultratumba... Pero al fin es una esperanza, y se sabe que los poetas sueñan hasta con la posteridad". Y por último, al publicar sus versos en 1877, bajo el título de "Ecos Postreros", presintiendo ya su muerte, expresa de este modo su quebranto, cual si al ir a penetrar en la tiniebla volviera todavía una vez los ojos a la luz... "Si inconvenientes ajenos a mi voluntad me impidieron hasta el presente la realización de tal propósito, (continuar una serie de libros que tenía comenzada), no por eso me divorciaron de la esperanza de dejar un dé bil rastro de mi vida, antes de emprender la ausencia sin término. Las tempestades dicen su adiós con el último trusno o el último rujido de los vientos: el alma de los que padecieron, da su adiós a la existencia con un triste suspiro".

¡Los que alcanzaron menos de lo que merecieron!... D. Pedro Echagüe fué en verdad uno de ellos. Sus luchas, sus sacrificios, sus amarguras, o conocieron recompensa; ni siquiera la caricia, tan dulce a los poetas del aura que provoca el batir de alas de la gloria. Su vivir fué una continua brega. Salía apenas de la adolescencia, cuando perseguido por Rosas tuvo que emigrar, abandonando todos sus amores: la patria, la familia, la ambición juvenil. Durante su destierro, sabe que su padre — Sargento Mayor de la guerra de la independencia a las órdenes de French,—ha sido victimado por seides del tirano. Largos años erra por extrañas tierras, combatiendo con la pluma al asesino de su padre y opresor de su patria, en todas partes donde pudiera fundar o redactar un diario, desde Montevideo hasta Quito. La flor de su juventud se malogra en este doliente vagar a través de cordilleras y desiertos. Vuelve a su país para seguir luchando contra el despotismo con la espada, y gasta en el empeño lo que le resta de mocedad, sirviendo primero con Lavalle, con La Madrid y con Acha en los ejércifos unitarios; luego con Mitre en la obra de la organización nacional.

Pero ¿a qué evocar nuevamente aquí la acción militar y civil de Echagüe, que con tan abundante información y seguro criterio han rememorado ya Luis Jorge Fontana y José Chirapozu, en biografías que cobran al presente la importancia de actos de justicia histórica? Básteme recordar que este hombre, que mientras duró su larga y trepidante acción hubo de ejercer todas las profesiones: desde militar hasta maestro de escuela; desde médico (nombrado por el gobierno de la Rioja), hasta juez (nombrado por el gobierno de San Juan para entender en el asesinato del gobernador Videla); desde periodista hasta autor dramático y desde Inspector de enseñanza hasta ministro provincial, encontró todavía manera de escribir poesía, novelas, comedias, memorias y textos educacionales, es decir, de convertirse, hacia el ocaso de su vida, en sembrador de cul tura, en creador artístico, en obrero del espíritu.

Contiene este libro una parte de obra tan vasta y proteiforme. Era justo y necesario sacarla del olvido para ofrecerla a los estudiosos como un valor represenativo de la época y de